lunes, 3 de junio de 2013

La ciudad de las tormentas

Es una ciudad hecha de arena, que se desgasta a cada paso del viento que se vuelve voraz, se vuelve inclemente, imprudente, salvaje, es una ciudad que ha sido grande pero que el viento la ha amainado, la ha vuelto pequeña, débil, suave.

Ha sido desgastada por sueños que no se cumplen, promesas que se rompen, tormentas que van y aguaceros de alegrías, que desgastan en lugar de fortalecer, esos aguaceros que parecen tesoros en medio de los desiertos, pero que son solo espejismos de una ilusión de un futuro mejor, una ciudad fuerte.

Ciudad que se resquebraja, que se vuelve paja y se la llevan las tormentas, que día con día pierde su brillo, su dinámica y su lustre, esa ciudad que soñaba con ser grande y de la cual solo quedan las ruinas de polvo y esperanzas rotas.

Esa ciudad que ruega a Dios y que no sabe interpretar su silencio, ese silencio que el día de mañana tal vez será aprendizaje, pero no hay mayor alternativa que solo soltarse en las manos del ser supremo. Esa ciudad que llora a cantaros porque creen que el Dios de los Cielos los ha abandonado, que ha ignorado sus plegarias y dejado de lado sus suplicas.

No queda mas que solo el ruego continuo, la confianza firme, la fortaleza en medio de la prueba, la sensatez en medio de la crisis, solo queda eso, despojarse de su humanidad y dejar que ese ser supremo guié y lleve de la mano al destino marcado por él.

Ese gran maestro que dio armonía a los elementos, que organizo los elementos y coloreo el universo, ese gran maestro y arquitecto que le puso peso al aire y huecos a los atómos.


Confianza en medio de la prueba, porque en medio de las tormentas, cuando arrecian, solo hay que cerrar los ojos y confiar, que es lo mas difícil, pero si se despoja de toda preocupación, el rector de los cielos tomara las plegarias y las hará consuelo.

Confiar ciegamente, eso es fe, en medio de las tormentas.